Ayer, acompañe a mi hermana pequeña al metro a comprarse un billete, y entre todas las preguntas que me hacia, le conteste a una con cierta inspiración que no pude guardarme. Me puse en el Pc y……
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No Marta, no huele raro, huele a Metro. El metro huele así, al sudor de los obreros que mueven el país, a cuerpos apelotonas y apretados por las manillas del reloj, a carreras para entrar en algún vagón, a estaciones perdidas por el sueño o el sopor, a colegiales en grupo, a miradas perdidas, esquivas algunas casi ladinas. El Metro huele a calor, a abrigos desabrochados, a frentes sudorosas, a cuerpos pegados en algún andén por un tren averiado.
El metro huele a pobre, a músico con monedas en el suelo, a una triste melodía que en la distancia suena con eco, a alguien con la mano extendida esperando unos céntimos, a trastos esparcidos por el suelo, esperando que solo los compre su dueño.
El metro huele a sueño, a niños que miran la velocidad tras el reflejo, a abrazos en rincones, a besos, a despedidas tristes y a un mañana nos vemos. El metro huele a borracho que se cruza con el que va al trabajo, a periódicos mal leídos, a objetos olvidados, a escupitajos en el suelo que alguien ya ha pisado.
El metro huele a chicles pegados, a asientos codiciados, a musculosos machitos y niños mal criados. El metro huele a agua, que con una gota te empapa, a charcos bajo el subsuelo, a meadas.
El metro huele a donde no llega el Sol, a estaciones repletas de silencio, a pintadas en sus azulejos, a anuncios recién pegados, al rastro de papeles que el gentío ha tirado, a historias maniatadas a la rutina diaria.
El metro huele a escalera parada, al paso de tambor que la ciudad nos marca, a tacones, a deportivas y hasta chanclas, a codazos canallas y a caricias improvisadas, a personas encontradas y personas despistadas, a corrientes de aire quemado que todo lo mezclan en pasillos estirados. El metro huele a eso Marta.
El metro huele a pobre, a músico con monedas en el suelo, a una triste melodía que en la distancia suena con eco, a alguien con la mano extendida esperando unos céntimos, a trastos esparcidos por el suelo, esperando que solo los compre su dueño.
El metro huele a sueño, a niños que miran la velocidad tras el reflejo, a abrazos en rincones, a besos, a despedidas tristes y a un mañana nos vemos. El metro huele a borracho que se cruza con el que va al trabajo, a periódicos mal leídos, a objetos olvidados, a escupitajos en el suelo que alguien ya ha pisado.
El metro huele a chicles pegados, a asientos codiciados, a musculosos machitos y niños mal criados. El metro huele a agua, que con una gota te empapa, a charcos bajo el subsuelo, a meadas.
El metro huele a donde no llega el Sol, a estaciones repletas de silencio, a pintadas en sus azulejos, a anuncios recién pegados, al rastro de papeles que el gentío ha tirado, a historias maniatadas a la rutina diaria.
El metro huele a escalera parada, al paso de tambor que la ciudad nos marca, a tacones, a deportivas y hasta chanclas, a codazos canallas y a caricias improvisadas, a personas encontradas y personas despistadas, a corrientes de aire quemado que todo lo mezclan en pasillos estirados. El metro huele a eso Marta.
3 comentarios:
te olvidas algo. el metro huele a sobaco.jajaja. muy buena tu definición del olor del metro
tienes ésto muy abandonado..
muy buena entrada, muy buena de verdad
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